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Salamanca en un día

Ciudad alegre, universitaria y viva

Salamanca tiene un tiempo a escala humana, sosegado y paseable y a la vez dinámico, alegre y lleno de inventiva. Un tiempo que cura, mece, motiva, divierte. Y que si nos dejamos, así sea solo por un tiempo, se nos instala y, como una canción o una planta, arraiga y va creciendo.

Hablar de la gente en Salamanca es referirse a un gran escenario, realmente bello y fantástico. En una esquina nos cruzamos con D. Miguel de Unamuno, bajo un magnolio la Celestina discute con Calixto, en una terraza Torrente Ballester toma notas y nos podemos encontrar también con el Lazarillo, Aníbal, María la Brava o hasta con Vicente Del Bosque cuando era un chico. Arriba, el Cielo de Salamanca: el natural y el que está en la Universidad; astronómico y mitológico comparten protagonismo. Bajo los pies, la gran cocina alquímica, la de los sabores y saberes, con el Marqués de Villena al frente. Y además los estudiantes, los habitantes y los visitantes, todos viven ahí como una familia con sus cariños y disputas; La gente de Salamanca.

Pero de todos los tesoros que Salamanca posee, el español es en estos momentos el más valioso. Idioma, alfabeto, hilo invisible, pieza clave de la construcción de la ciudad. Es un tesoro que no está oculto, que no hay que buscar en cuevas o sótanos, sino que lo inunda, lo impregna todo. Cada uno de sus habitantes lo apadrina desde que viene al mundo e incluso más allá de su marcha; aquella una palabra, éste un adjetivo o una interjección. Es una ciudad viva, acogedora, segura y bien cuidada, características que junto con el prestigio y tradición de su Universidad, una de las más antiguas de Europa y sus excelentes y sobradamente acreditados centros de enseñanza, hacen de Salamanca un lugar idóneo para el aprendizaje y el perfeccionamiento.













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